lunes, 6 de septiembre de 2010

El dulce encanto del desencanto

Carlos F. Ortz

Cuando éramos niños, mis hermanos y nuestros primos jugábamos en el patio o en la calle –cuando esto aún era posible y no había tanto muerto y miedo- a los encantados, el juego era simple, se trataba de atrapar y encantar a los otros, como las agarradoras, sin embargo otro compañero podía desencantarte y salir corriendo de nuevo. Esto viene a cuento por qué hace algunos días se dio a conocer que en el país existen siete millones (o más) de jóvenes que ni estudian ni trabajan, a los que se les ha denominado ninis, se dice de ellos que no tienen futuro, o si es que tienen alguno éste es desesperanzador. Se piensa que es ésta una generación desencantada, qué han perdido toda esperanza, todo sueño, o más trágico aún que ni siquiera cuentan con alguno. Sin embargo como el juego infantil para ser o estar desencantado primero uno tiene que ser encantado, maravillado, sorprendido.
En qué momento esta generación – la de los nacidos a partir de los ochentas- fue encantada para luego ser desencantada, con qué se maravillaron estos jóvenes que cuentan ahorita con 15 o 25 años, qué les hace encontrarse resentidos, apáticos, desilusionados, qué mundo, qué discurso, o la falta de qué los ha orillado a tomar esas posturas. Qué los ha agotado, acaso son lectores secretos de Cioran, Sartre, y en cada uno de ellos guardan celosamente a un Bartleby, personaje de Malville, que prefiere siempre mejor no hacer nada antes que cualquier otra cosa, que en esa pesadez existencial y absurda se encuentra en una aparente calma que es más una podredumbre.
Acaso esos siete millones de jóvenes han llego a tal punto de soledad y alineación humana que han perdido la capacidad de creer en el futuro, o es que la sociedad sólo les muestra que es ese, el de la desesperanza, el único camino transitable, y que simplemente tiene que dejarse ir hasta su final trágico.
Etiquetados como ninis, los ninis caminan por las calles, andan en las aceras, sentados en las bancas de los parques, en un ciber chateando, perdiendo el tiempo, sin un compromiso con la sociedad, con su familia, sólo vagan. Ahí apáticos transitan, se topan y se reconocen, no son una tribu urbana como los emos, los punks, los darketos, no, ellos no, ellos son sólo siete millones de jóvenes sin esperanza.

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